jueves, 16 de abril de 2009

Sombras

¡Riiiiiiiiiiiing!

El despertador sonó a las seis y media de la mañana, una hora más que incómoda para alguien que trabaja casi todo el día y gran parte de la noche, pero Winston se levantó, lo apagó y no hizo comentario alguno. Se puso las hojotas y fue hacia el baño y, como de costumbre, se bañó, se lavó los dientes y se afeitó. Sin querer se cortó el labio con la máquina de afeitar, pero no dijo nada, ni una mueca de dolor; se limpió la herida y se fue a desayunar. Su mujer le había preparado el desayuno, un té con unas galletas caseras, y le había prendido la tele, en el noticiero matutino. Las noticias más importantes eran alarmantes: una era la guerra en medio Oriente, donde una verdadera carnicería se estaba realizando; y la otra era el aumento de la muerte de niños por malnutrición que ocurría en el mundo por la crisis económica. Winston clavó sus dientes a una galleta mientras en la tele mostraban como unos perros esqueléticos trataban de sacarle algo de carne al cadáver de un niño.

El saco gris que llevaba Winston combinaba con su pantalón, también gris, pero eso no le importaba. Sólo caminaba bajo el sol, un sol terrible. Miró a sus costados buscando alguna sombra, pero no encontró ninguna. Aunque el calor podría confirmar que estaban en verano el paisaje estaba extrañamente gris, como si todo estuviera cubierto por una gran nube de humo, pero igual el sol estaba allí, cocinando todo lo que se atrevía a aparecer bajo sus rayos. Siguió caminando yendo hacia el Centro, faltaba más de cinco horas para que tuviera que entrar en su trabajo. En el camino hubo un choque entre dos autos, pero él siguió caminando, sin interesarse, ni vuelta se dio para ver el choque.

El molesto ambiente del Centro, con las bocinas, los motores, las frenadas de los autos, parecía no disgustar a nadie ese día. Si el sol no había podido hacerlos sentir molestos, nada podría. El verano se había presentado bastante más caluroso que de costumbre y no había forma de escapar al calor, no había forma de escapar de los rayos calcinantes del sol. Algunas personas trataban de cubrirse un poco con las manos, pero esto era inútil. Bajo los árboles era igual, no daban sombra. Winston caminaba por la calle principal, bañado en transpiración, sin posible escapatoria de ese infierno; pero no parecía importarle, como a todos los demás.

El bar El Nogal no era un lugar muy concurrido, pero con una clientela fiel que respetaba siempre, como una tradición, tomar un café a media mañana. El bar no tenía buena fama, pero sólo porque en épocas pasadas se llenaba de pensadores, artistas y bohemios, la mayoría podría llamarse “de izquierda” y muchos andaban en cosas que se considerarían clandestinas. Actualmente el bar estaba lleno de jugadores de ajedrez y personas solitarias, con tristes y descoloridos trajes grises. Winston entró al bar y se fue a sentar a una mesa que había en un rincón, que siempre estaba desocupada. Sobre la mesa lo esperaba una copia del diario del día y un tablero de ajedrez. Tomó el periódico y lo ojeó rápidamente; las mismas noticias que el noticiero de la mañana. El mozo del bar le llevó lo de siempre, un café con medialunas saladas. Cerró el diario y lo dobló a la mitad de forma tal que estuviese a la vista el problema de ajedrez, la parte de la contratapa. Winston leyó atentamente y comenzó a colocar las fichas en el tablero. Era un final ingenioso: “Juegan blancas y mate en dos jugadas”. Generalmente, por no decir siempre, ganaban las blancas. Era bastante extraño eso, pero generaba cierta seguridad, casi inconsciente; igual a Winston no le preocupaba en lo absoluto. Se detuvo a ver la jugada, a buscar la solución, pero nada se le ocurría, nada pasaba por su mente: estaba tan blanca como las piezas de ajedrez, tan blanca como la piel de Julia, que acababa de entrar al bar. Ella llevaba un vestido azul que siempre usaba acompañado por una cinta roja atada a su cintura. Miró hacia la mesa de Winston y sonrió.

-Hola amor- dijo mientras se acercaba a la mesa.

-Hola- respondió fríamente Winston.

-¿Estas con un problema de ajedrez?

-Si, el del diario de hoy. Es bastante ingenioso, pero no se me ocurre como solucionarlo.

-Si, igual que al Nogal entero- Julia miró hacia los costados, donde por lo menos una docena de mesas tenía a una persona pensativa con un café, medialunas, un diario y un ajedrez con las piezas en la misma posición- Parece que cada vez lo hacen más difícil.

-Puede ser- respondió él automáticamente, sin pensarlo.

-Estaba pensando que podrías aprovechar que te faltan unas tres horas para entrar al trabajo y pasar un rato conmigo, en mi casa…

-Ah…

-Si, podemos ir ya si querés…

-Ah... –Winston tomó el alfil blanco, lo llevó hasta el fondo del tablero, lo apoyó, lo sostuvo largamente, lo soltó aunque tenía el dedo índice sobre la punta, lo volvió a agarrar y lo puso en su casillero original, llevó su mano al mentón, con gesto pensativo. Julia comprobó que todo el bar había hecho lo mismo.

-Ni me escuchas, n i te interesa lo que te digo.

-Ah…

-¡Ni te interesa que te ame y que haya sacrificado todo para estar contigo! -Juana se paró de su silla- Yo abandone a mi novio, vos no has dejado a tu mujer. Yo dejé la beca en el extranjero para estar contigo y vos ya no me visitás más. Yo me peleé con mi familia por defender nuestro amor y a vos ni siquiera te interesa. ¿Acaso me amás tanto como yo te amo?

-Ah… ¿no podemos hablar después, Julia? Estoy con el problema y estoy cerca de resolverlo.

Julia quedó muda. Sus ojos empezaron a lagrimear. Se sentó nuevamente en la silla y apoyó su cabeza sobre la mesa. Parecía que iba a llorar tan desconsoladamente que los vidrios del local iban a saltar por los aires. Sollozó, pero el llanto crudo nunca llegó. De pronto algo cambió en Julia. Se paró y se fue, sin decir nada, como si nada hubiera pasado. El Nogal entero parecía no interesarle en lo más mínimo lo que había ocurrido hace un instante, todos seguían mirando su tablero de ajedrez. Ella, una mancha gris a la distancia, ya se estaba fundiendo con el paisaje, gris. Todas las personas vestían gris y Julia no era la excepción.

Winston salió del bar cuando faltaba un poco más de media hora para entrar a su trabajo. El lugar donde trabajaba estaba cerca, a unas pocas cuadras, ya casi saliendo del centro. Winston siempre llegaba temprano, aunque a él no le importaba, sólo era la costumbre, de él y de la mayoría de las personas. Llegar temprano e irse tarde, hacer horas extra, quedarse en su oficina hasta pasada la media noche. Todo era común, muy común el toda la gente, pero a Winston no le interesaba. Iba caminando por la calle, con el sol de medio día perforando su craneo, cocinando su cuero cabelludo que se dejaba ver por la pequeña pelada que crecía, día a día, en su cabeza. La transpiración empapaba la remera de Winston, debía de hacer cuarenta grados mínimo. Él levantó su cabeza, buscando una sombra, pero no había ninguna. Hacía unos meces que las cosas habían perdido su sombra. Desde ese momento el mundo comenzó a volverse gris. Las personas también sufrieron ese cambio, algunas antes y otras después. Todo se había vuelto monótono, ya nada importaba ni sorprendía, se había perdido muchas cosas: el amor y el odio, el bien y el mal, lo lindo y lo feo. Se había perdido los colores, las sombras, eso que nos brindaba el sol que cambiaba de un momento a otro, eso que es reflejo del accionar de una cosa sobre otra, de uno sobre otro, de la capacidad de ver al otro y entenderlo como otro, la empatía había muerto.

Si, todo era una mierda, pero a Winston no parecía importarle.

1 comentario:

  1. T.T

    El mundo se transforma en un cruel eco, un reflejo que no tienen de donde nacer...

    Que mi vida sea como yo quiero,

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