jueves, 16 de abril de 2009

Cuatro y Media

Ella estaba acostada en la cama con las luces apagadas, mirando la televisión, algún programa del cable de esos que uno sólo ve para no dormirse. Eran las cuatro de la mañana. Yo estaba parado al lado de la cama, mirándola fijamente. Ella estaba con su camisón blanco con voladillos. Su pelo castaño se fusionaba en la oscuridad con la almohada. Tenía en su mano derecha, aferrado entre su palma y sus dedos, el anillo de casamiento. Sus ojos tenían huellas de dolor. Sus ojos… hacía meces que no me reflejaba en ellos. Me senté en el lado derecho de la cama. Tome en silencio su mano izquierda, pero sus suaves dedos resbalaron. Ella se soltó, me rechazó, y se volteo hacia su derecha.

-¿Por qué me rechazás? -le pregunté.

Ella permaneció callada. La luz de la televisión se reflejó en una lágrima que caía sobre sus mejillas.

-¿Por qué me ignorás?

Silencio. Ella seguía viendo la televisión, acostada, dándome la espalda. Su piel blanca estaba iluminada por el televisor, llamándome a que la tocara, a que la besara; aunque ella me rechazaría de nuevo. Sí, no tenía sentido volver a tocarla, por lo menos por ahora. Tomé el control remoto y apagué el aparato. La oscuridad llenó la habitación, la luz de la luna apenas dejaba ver donde ella estaba acostada.

-¿Por qué me ignorás? –volví a indagar.

Ella apretó contra su pecho la mano que tenía el anillo.

-Porque quiero olvidarte –dijo despacio, casi inaudible.

Giró su cabeza y me miró un segundo, inmediatamente volvió a su antigua posición. Aunque no podía verle la cara sentía que ella lloraba silenciosamente. Yo la miraba extrañado, sin poder dar crédito a mis oídos de lo que acababa de escuchar. Ella estaba tratando de olvidarme...

Nuevamente silencio, esta vez duró más de un minuto. Ella seguía acostada allí, dándome la espalda. Se había encogido, agarrando sus piernas con sus manos, en posición fetal. Su llanto se hizo levemente audible. Sentí pena por ella. Quise abrasarla, contenerla, besarla… pero no podía, no por ahora.

De repente ella dejó de llorar, se secó las lágrimas, se puso de rodillas sobre la cama, dirigió su cara hacia mí, comenzó a acercarse, se detuvo delante de mí. Creí que me iba a besar, que todo quedaría atrás, que nos olvidaríamos por un momento del presente. Cerré mis ojos y esperé que sus labios tocaran los míos, pero nunca paso. Los abrí, ella estaba mirándome a los ojos, pero no me miraba. Era como si yo no hubiera estado allí: ella miraba a través de mí, miraba la pared. No vi mi reflejo. Apartó su mirada. Volvió a acostarse como estaba hasta recién, volvió a llorar. Yo no entendía nada. Comencé a sentir ira. Ella no me abrasaba, ella no me besaba, ella estaba tratando de olvidarme…

-Perdón –sus dedos rozaron mi mano.

Si ella no hubiera dicho nada hubiera sido mejor.

-Perdón –repetí, con un eco de sarcasmo, sacando mi mano -. ¿Perdón? ¿Por qué? ¿Por salir todas las noches con tus “amigas”? ¿Por volver, si es que volvés, a las seis de la mañana? ¿Por besarte en tus salidas con otros hombres? ¿Por tener sexo con cualquier pelotudo? ¿Porqué hace siete meces que no hacemos el amor?

Ella lloraba desconsoladamente, todavía acostada, dándome la espalda. Temblaba. Buscó en la mesa de luz un vaso y unas pastillas y las tomó.

-¡Y además seguís drogándote con esas mierdas! ¡Esas putas pastillas que te recetó el doctor! ¿Para qué son? ¿Para olvidarme? –dije, cada vez con más cólera, más odio -¡Quizás que estén empezando a surtir efecto, pues ni me saludas a la mañana, ni a la tarde, ni a la noche! ¡Ni me hablás en todo el día! ¡Si yo me he olvidado ya del tono de tu voz, de la forma de tu cuerpo, de la suavidad de tus labios, del color de tus ojos, de mi reflejo en ellos! –me levanté de la cama y fui hacia el otro lado, donde estaba ella, para verle la cara -¡Te extraño! ¿O acaso no te das cuenta? Extraño a mi mujer, te extraño a ti. Extraño tu voz, tu cuerpo, tus labios, tus ojos, extraño reflejarme en ellos...

-¡Yo también te extraño!

Ella se había sentado en la cama. Me miraba fijamente, ya sin llorar, pero con unas lágrimas que todavía surcaban su cara. Sus palabras habían salido de su boca como un rugido, haciéndome callar. Se produjo otro silencio, largo como los demás. Mi mente no podía entender ninguna de las cosas que había dicho ella en toda la conversación: “Porque quiero olvidarte”, “Perdón”, “Yo también te extraño”. ¿Por qué quería olvidarme? ¿Cuál era su motivo? ¿Por qué pedía perdón? ¿Por qué, si me extrañaba, quería olvidarme? ¿Por qué se contradecía? El reloj marcó las cuatro y media. Pestañeé. En ese momento la luz de la luna iluminó su rostro. Vi sus ojos, todavía húmedos, mirándome fijamente. Vi en sus ojos el amor, ese amor que ella tenía todavía por mí. Vi mi reflejo en ellos. En ese momento desaparecieron todos los pensamientos de mi mente. Me acerqué lentamente a sus labios y los besé, una y otra vez. La abrasé y ella a mí. El anillo que ella tenía en sus manos rodó por el suelo. Ella se acostó nuevamente en la cama y yo sobre ella. Me sacó mi ropa y yo le saqué su camisón. Tomó algo de la mesa de luz que no alcancé a ver y llevó sus manos hacia el respaldar de la cama. Acaricié su cuerpo, su deseado cuerpo, como tratando de recordarlo. Lo recorrí con mis labios, desde los pies hasta su boca. Seguí besándola. La penetré y ella gimió suavemente. La penetré nuevamente y volvió a gemir, más fuerte. Miré su cara, unas lágrimas brotaron de sus ojos, que me miraban fijamente sin pestañar. Mi reflejo en ellos se iba apagando. Volví a penetrarla, pero esta vez no gimió más.

-¿...la hora del deceso?

-Y... la verdad que fuera del laboratorio es difícil precisar, pero podría decir que no hace más de cinco horas.

Me desperté de repente por esas voces. Eran de dos hombres que estaban del lado derecho de la cama. Me senté. Alrededor mío había por lo menos tres hombres más, sacando fotos a donde yo estaba. Me quedé sin poder reaccionar. Ellos seguían sacando fotos, los primeros seguían hablando, ninguno parecía notar mi presencia. Era como si no me pudieran ver, como si no estuviese allí.

-Los vecinos no escucharon nada raro, aunque, a las cuatro y media de la mañana, es posible que hallan estado durmiendo.

-Sí, pero el ruiderío y el griterío los hubiese despertado. Es obvio que no hubo asalto, no falta nada.

-Los vecinos también indicaron que desde hace seis meces la víctima andaba con muchos hombres, que solían pasar la noche acá, pero ayer no vino nadie.

-Igual hay que buscar huellas, pero esta escena no parece la de un homicidio, no hay signos de violencia.

-Según lo que dicen los vecinos yo creería que fue un suicidio. Hacía un tiempo que andaba muy deprimida y tomaba muchas pastillas…

-Sí, en la mesita de luz hay varias…

-Creo que varias veces tomaba más de las que el médico le recetaba. Supongo que ayer fue uno de esos días, estaba deprimida y tomó una sobredosis y, bueno, se suicidó con el cuchillo, se cortó las muñecas.

-¿Y por qué estaba deprimida?

-Según averigüé hace seis meces que perdió a su marido.

Uno de los hombres que estaba hablando se acercó a la cama, a donde estaba ella.

-Pobre mujer, espero que donde esté no sufra más. –dijo, mientras cerraba sus ojos. Ojos donde nunca más vería mi reflejo, mi reflejo muerto.

1 comentario:

  1. O.O!
    ........................................................
    k bien redactado......
    m gusta por que no decis ni una palabra de "murio"
    pero lo sabes redactar con otras palabras,lo q ac k el cuentosea mas....como decirlo?...shokeante?
    esta muy bueno..... :'(

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