jueves, 16 de abril de 2009

Los Girasoles

En el museo ya casi no había nadie, excepto por dos personas. Una era un hombre, de unos treinta años, alto, buen mozo; la otra era una mujer, veintisiete años, rubia, muy bonita. Los dos se encontraban en las puntas opuestas del museo, haciendo el recorrido contrario, una de la otra. El hombre había comenzado por los cuadros del Renacimiento, mientras que la mujer había comenzado con pinturas surrealistas, unas de Dalí que le gustaban mucho. Ambos comenzaron su recorrido sin saber que, en el medio de este, se iban a topar; ambos caminaban hacia su destino sin siquiera imaginar lo trascendental de su encuentro, totalmente casual. El hombre no conocía a esta mujer, ni la mujer al hombre, pero eran muy similares el uno al otro: a los dos les gustaba dormir hasta tarde, a los dos les gustaba el te con tostadas, a los dos le gustaba desayunar en un bar, a los dos les gustaba los días lluviosos, a los dos les gustaba el olor a tierra mojada, a los dos les gustaba leer antes de acostarse, a los dos les gustaba el arte. La lista de gustos coincidentes se podría extender hasta el infinito, salvo por la diferencia sustancial de que uno era hombre y la otra mujer. Pero hasta esta diferencia se transformaría en algo que los uniría: ambos se sentía un poco triste por estar solos, sin ningún amor, ambos necesitaban a alguien que los amara. Esa noche se verían por primera vez, frente a una pintura de Vincent van Gogh, “Los girasoles”. Quizás que estuvieran los dos mirando la pintura al mismo momento, ella empezara a elogiar la obra, por más simple que parezcan unos girasoles, y el otro la escucharía. Él diría lo triste que parecen los girasoles de abajo, girasoles secos y solitarios. Se haría un silencio incómodo, entonces ella haría un comentario sólo para entendidos sobre van Gogh y ambos se reirían. Comenzarían a charlar. Él la invitaría a tomar un te al otro en un bar y esa sería su primera cita.

El hombre va por las pinturas impresionistas y la mujer ya ha comenzado a ver los cuadros postimpresionistas. Su encuentro esta próximo. Ya casi se pueden ver. Me imagino: esa cita que tuvieron en el café terminaría con la organización de otra cita. Él la invitaría a comer en un restorant de primera, ella aceptará, aunque luego tendrán problemas, una muy vergonzosa situación con el dinero, y tendrían que ir a un bar barato. Se sentarían en una mesa y comenzarían a charlar sobre arte, aunque rápidamente empezarían a contarse cosas más íntimas. Él pagaría la cuenta y, cuando se estén por ir, ella alzaría los ojos y se daría cuenta que han estado sentados al frente de una reproducción del cuadro de van Gogh que estaba observando cuando se conocieron, “Los girasoles”. Entonces el comentaría que ese bar se llama “Los girasoles” y ambos comenzarán a reírse. Sin querer sus manos te tocarían, y queriendo se unirían. Ella lo miraría a los ojos, el haría lo mismo. Ambos contendrían la respiración. El tiempo les parecería eterno y así querrían que fuese. Ella se acercaría lentamente a su boca, él también. Él cerraría los ojos, ella también. Sus labios se encontrarían y se fusionarían en un beso pasional. Se abrasarían, callados, durante mucho tiempo. ¿Qué jugarreta del destino hizo que se cruzarán? ¿Qué divino antojo los uniría en el camino? Estas preguntas pasarían por sus cabezas, pero no encontrarían respuesta, sólo verían la verdad, la realidad del ahora donde ellos están juntos. Ella se tomaría un taxi y él se iría caminando a su casa. Se pondría a pensar en lo feliz que estaba, gracias a los girasoles. Él antes había sido uno de los girasoles secos, tristes y solitarios; pero ahora ya no lo sería más: él estaba enamor…

Eh… no se como seguir… como explicar… “esto”… eh… bueno, parece ser que… eh… la mujer… se ha “ido” antes de que se vieran frente a “Los girasoles”. Sepan entender, queridos lectores, que es difícil escribir en vivo y en directo, mientras se dan los “hechos”… llamando “hechos” a las ideas que surgen de mi mente. Ya sé que he decepcionado a mucha gente, que prometí un cuento de amor, donde el destino unía a dos personas, pero parece ser que el destino no las unirá, por lo menos hoy. Les contaré: mientras dejaba volar mi imaginación hacia el final de la historia y les relataba ese pasaje romántico, parece ser que mi mente hizo un cambio inesperado en la historia, le hizo sonar el celular a la mujer. Ella lo atendió y se tuvo que ir corriendo, vaya a saber por qué. El hombre la alcanzó a ver mientras llegaba al cuadro de van Gogh, pero no le dio bola. Miró la obra un ratito y comentó en voz alta lo triste y solitario que se encontraba el girasol seco. Esperó pero nadie le contestó. Agachó cabeza y se fue, mientras empezaba a llorar. ¡La puta! Sólo a mi me pasa esto, ¡se me cambian las historias en las cabezas mientras las escribo! Todo esto es por hacerlo “complicado” al cuento. “Ellos se encuentran frente a “Los girasoles”, en un museo” Nunca nada más simple, ¿no? Pues claro, sólo a mí se me ocurre. Que se conocieran en una noche de sexo desenfrenado hubiera sido suficiente para cualquier otra persona.

1 comentario:

  1. Este cuento es muy bonito. Un simple deseo que más allá de cuanto se le ruegue al destino que ocurra, los creadores de amores, sexos, citas y amor, somos nosotros.

    te amo

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