miércoles, 22 de abril de 2009

"Segunda Guerra Mundial" El álbum de figuritas

Hoy, miércoles 22 de abril, fuí a la mañana a comprar, junto con mi novia, las entradas para ver un espectáculo que daban el viernes en el Orfeo, algo de unos monjes y el kung fu. La cuestión es que fuimos hasta el Dinosaurio Express a comprar las entradas, pero el acto se había suspendido, seguro por poco público... volvimos a su casa y a las 11:30 de la mañana la acompañé a la parada del ómnibus, pues ella se tenía que ir a la universidad. La parada se encuentra frente a un colegio primario y en la misma vereda de un kiosco, donde los chicos suelen hacer las compras antes de entrar al cole. Mi novia tenía que comprar un cospel de segunda sección para viajar en el colectivo, así que hicimos cola en el kiosco. Mientras estábamos esperando que nos atendiera el kiosquero me puse a ver los álbunes de figuritas que vendía: unas de Puca, una colección de figuritas de Dragon Ball Z y, entre ese montón, encontré este álbum de figuritas de la Segunda Guerra Mundial. Como estudiante de historia que soy, sentí cierta curiosidad por el álbum, pero ni pregunté cuanto sale.

Mi novia se fue en el colectivo a la facultad y yo comencé el viaje a mi casa, pero menos de una cuadra después decidí volver a comprarme el álbum. "¿Lo llevan mucho?" le pregunté, me dijo que si, tanto grandes como chicos. Le dí cuatro pesos y me llevé el álbum y cuatro sobres.
Llegué a mi casa corriendo y abrí los cuatro sobres que compré (a 50 centavos cada uno). Había en cada sobre cuatro figuritas. Pensé que era medio caro, 50 centavos por cuatro figuritas, pero seguía saliendo menos que las otras (otro álbum sale $4, el doble que este, y los sobres de cuatro figuritas salen $1), además no me acuerdo el valor de las figuritas cuando era chico, ni cuantas traía por sobre. La verdad es que me llevé una sorpresa, grata sorpresa, con este álbum, que promete ser el primero de una serie que contará la historia (vale aclarar que la "marca" de las figus son "Histofigus"), espero que tenga éxito y que sirva para hacer interesar más a los niños sobre la historia.

Etc...

Cuando empecé este blog la idea del mismo era poder darme un lugar para la escritura, un sitio donde poder compartir mis escritos con la gente. Primero fue "Amores Capitales", pero luego sumé a "In the Dark Side". Hasta allí estaba todo bien, cumplía con el propósito del blog... hasta ahora. Hoy comienzo con "Etc...", donde colocaría algunos allazgos que realizo, en el más amplio sentido: películas, páginas web, libros, series, comics, animé (y manga) y un largo etcétera (justamente). También aquí escribiré un poco sobre las cosas que me interesan, un poco de política, historia, filosofía... No voy a escribir tanto de esto, sólo si lo considero necesario, o si se me da las ganas. De igual manera espero escribir más en los dos proyectos de cuentos que tengo; no es cuestión de que el blog cambie totalmente de sentido.
Espero que les guste las cosas que suba aquí, por lo menos a mí si me gustan...

jueves, 16 de abril de 2009

Cuatro y Media

Ella estaba acostada en la cama con las luces apagadas, mirando la televisión, algún programa del cable de esos que uno sólo ve para no dormirse. Eran las cuatro de la mañana. Yo estaba parado al lado de la cama, mirándola fijamente. Ella estaba con su camisón blanco con voladillos. Su pelo castaño se fusionaba en la oscuridad con la almohada. Tenía en su mano derecha, aferrado entre su palma y sus dedos, el anillo de casamiento. Sus ojos tenían huellas de dolor. Sus ojos… hacía meces que no me reflejaba en ellos. Me senté en el lado derecho de la cama. Tome en silencio su mano izquierda, pero sus suaves dedos resbalaron. Ella se soltó, me rechazó, y se volteo hacia su derecha.

-¿Por qué me rechazás? -le pregunté.

Ella permaneció callada. La luz de la televisión se reflejó en una lágrima que caía sobre sus mejillas.

-¿Por qué me ignorás?

Silencio. Ella seguía viendo la televisión, acostada, dándome la espalda. Su piel blanca estaba iluminada por el televisor, llamándome a que la tocara, a que la besara; aunque ella me rechazaría de nuevo. Sí, no tenía sentido volver a tocarla, por lo menos por ahora. Tomé el control remoto y apagué el aparato. La oscuridad llenó la habitación, la luz de la luna apenas dejaba ver donde ella estaba acostada.

-¿Por qué me ignorás? –volví a indagar.

Ella apretó contra su pecho la mano que tenía el anillo.

-Porque quiero olvidarte –dijo despacio, casi inaudible.

Giró su cabeza y me miró un segundo, inmediatamente volvió a su antigua posición. Aunque no podía verle la cara sentía que ella lloraba silenciosamente. Yo la miraba extrañado, sin poder dar crédito a mis oídos de lo que acababa de escuchar. Ella estaba tratando de olvidarme...

Nuevamente silencio, esta vez duró más de un minuto. Ella seguía acostada allí, dándome la espalda. Se había encogido, agarrando sus piernas con sus manos, en posición fetal. Su llanto se hizo levemente audible. Sentí pena por ella. Quise abrasarla, contenerla, besarla… pero no podía, no por ahora.

De repente ella dejó de llorar, se secó las lágrimas, se puso de rodillas sobre la cama, dirigió su cara hacia mí, comenzó a acercarse, se detuvo delante de mí. Creí que me iba a besar, que todo quedaría atrás, que nos olvidaríamos por un momento del presente. Cerré mis ojos y esperé que sus labios tocaran los míos, pero nunca paso. Los abrí, ella estaba mirándome a los ojos, pero no me miraba. Era como si yo no hubiera estado allí: ella miraba a través de mí, miraba la pared. No vi mi reflejo. Apartó su mirada. Volvió a acostarse como estaba hasta recién, volvió a llorar. Yo no entendía nada. Comencé a sentir ira. Ella no me abrasaba, ella no me besaba, ella estaba tratando de olvidarme…

-Perdón –sus dedos rozaron mi mano.

Si ella no hubiera dicho nada hubiera sido mejor.

-Perdón –repetí, con un eco de sarcasmo, sacando mi mano -. ¿Perdón? ¿Por qué? ¿Por salir todas las noches con tus “amigas”? ¿Por volver, si es que volvés, a las seis de la mañana? ¿Por besarte en tus salidas con otros hombres? ¿Por tener sexo con cualquier pelotudo? ¿Porqué hace siete meces que no hacemos el amor?

Ella lloraba desconsoladamente, todavía acostada, dándome la espalda. Temblaba. Buscó en la mesa de luz un vaso y unas pastillas y las tomó.

-¡Y además seguís drogándote con esas mierdas! ¡Esas putas pastillas que te recetó el doctor! ¿Para qué son? ¿Para olvidarme? –dije, cada vez con más cólera, más odio -¡Quizás que estén empezando a surtir efecto, pues ni me saludas a la mañana, ni a la tarde, ni a la noche! ¡Ni me hablás en todo el día! ¡Si yo me he olvidado ya del tono de tu voz, de la forma de tu cuerpo, de la suavidad de tus labios, del color de tus ojos, de mi reflejo en ellos! –me levanté de la cama y fui hacia el otro lado, donde estaba ella, para verle la cara -¡Te extraño! ¿O acaso no te das cuenta? Extraño a mi mujer, te extraño a ti. Extraño tu voz, tu cuerpo, tus labios, tus ojos, extraño reflejarme en ellos...

-¡Yo también te extraño!

Ella se había sentado en la cama. Me miraba fijamente, ya sin llorar, pero con unas lágrimas que todavía surcaban su cara. Sus palabras habían salido de su boca como un rugido, haciéndome callar. Se produjo otro silencio, largo como los demás. Mi mente no podía entender ninguna de las cosas que había dicho ella en toda la conversación: “Porque quiero olvidarte”, “Perdón”, “Yo también te extraño”. ¿Por qué quería olvidarme? ¿Cuál era su motivo? ¿Por qué pedía perdón? ¿Por qué, si me extrañaba, quería olvidarme? ¿Por qué se contradecía? El reloj marcó las cuatro y media. Pestañeé. En ese momento la luz de la luna iluminó su rostro. Vi sus ojos, todavía húmedos, mirándome fijamente. Vi en sus ojos el amor, ese amor que ella tenía todavía por mí. Vi mi reflejo en ellos. En ese momento desaparecieron todos los pensamientos de mi mente. Me acerqué lentamente a sus labios y los besé, una y otra vez. La abrasé y ella a mí. El anillo que ella tenía en sus manos rodó por el suelo. Ella se acostó nuevamente en la cama y yo sobre ella. Me sacó mi ropa y yo le saqué su camisón. Tomó algo de la mesa de luz que no alcancé a ver y llevó sus manos hacia el respaldar de la cama. Acaricié su cuerpo, su deseado cuerpo, como tratando de recordarlo. Lo recorrí con mis labios, desde los pies hasta su boca. Seguí besándola. La penetré y ella gimió suavemente. La penetré nuevamente y volvió a gemir, más fuerte. Miré su cara, unas lágrimas brotaron de sus ojos, que me miraban fijamente sin pestañar. Mi reflejo en ellos se iba apagando. Volví a penetrarla, pero esta vez no gimió más.

-¿...la hora del deceso?

-Y... la verdad que fuera del laboratorio es difícil precisar, pero podría decir que no hace más de cinco horas.

Me desperté de repente por esas voces. Eran de dos hombres que estaban del lado derecho de la cama. Me senté. Alrededor mío había por lo menos tres hombres más, sacando fotos a donde yo estaba. Me quedé sin poder reaccionar. Ellos seguían sacando fotos, los primeros seguían hablando, ninguno parecía notar mi presencia. Era como si no me pudieran ver, como si no estuviese allí.

-Los vecinos no escucharon nada raro, aunque, a las cuatro y media de la mañana, es posible que hallan estado durmiendo.

-Sí, pero el ruiderío y el griterío los hubiese despertado. Es obvio que no hubo asalto, no falta nada.

-Los vecinos también indicaron que desde hace seis meces la víctima andaba con muchos hombres, que solían pasar la noche acá, pero ayer no vino nadie.

-Igual hay que buscar huellas, pero esta escena no parece la de un homicidio, no hay signos de violencia.

-Según lo que dicen los vecinos yo creería que fue un suicidio. Hacía un tiempo que andaba muy deprimida y tomaba muchas pastillas…

-Sí, en la mesita de luz hay varias…

-Creo que varias veces tomaba más de las que el médico le recetaba. Supongo que ayer fue uno de esos días, estaba deprimida y tomó una sobredosis y, bueno, se suicidó con el cuchillo, se cortó las muñecas.

-¿Y por qué estaba deprimida?

-Según averigüé hace seis meces que perdió a su marido.

Uno de los hombres que estaba hablando se acercó a la cama, a donde estaba ella.

-Pobre mujer, espero que donde esté no sufra más. –dijo, mientras cerraba sus ojos. Ojos donde nunca más vería mi reflejo, mi reflejo muerto.

Sombras

¡Riiiiiiiiiiiing!

El despertador sonó a las seis y media de la mañana, una hora más que incómoda para alguien que trabaja casi todo el día y gran parte de la noche, pero Winston se levantó, lo apagó y no hizo comentario alguno. Se puso las hojotas y fue hacia el baño y, como de costumbre, se bañó, se lavó los dientes y se afeitó. Sin querer se cortó el labio con la máquina de afeitar, pero no dijo nada, ni una mueca de dolor; se limpió la herida y se fue a desayunar. Su mujer le había preparado el desayuno, un té con unas galletas caseras, y le había prendido la tele, en el noticiero matutino. Las noticias más importantes eran alarmantes: una era la guerra en medio Oriente, donde una verdadera carnicería se estaba realizando; y la otra era el aumento de la muerte de niños por malnutrición que ocurría en el mundo por la crisis económica. Winston clavó sus dientes a una galleta mientras en la tele mostraban como unos perros esqueléticos trataban de sacarle algo de carne al cadáver de un niño.

El saco gris que llevaba Winston combinaba con su pantalón, también gris, pero eso no le importaba. Sólo caminaba bajo el sol, un sol terrible. Miró a sus costados buscando alguna sombra, pero no encontró ninguna. Aunque el calor podría confirmar que estaban en verano el paisaje estaba extrañamente gris, como si todo estuviera cubierto por una gran nube de humo, pero igual el sol estaba allí, cocinando todo lo que se atrevía a aparecer bajo sus rayos. Siguió caminando yendo hacia el Centro, faltaba más de cinco horas para que tuviera que entrar en su trabajo. En el camino hubo un choque entre dos autos, pero él siguió caminando, sin interesarse, ni vuelta se dio para ver el choque.

El molesto ambiente del Centro, con las bocinas, los motores, las frenadas de los autos, parecía no disgustar a nadie ese día. Si el sol no había podido hacerlos sentir molestos, nada podría. El verano se había presentado bastante más caluroso que de costumbre y no había forma de escapar al calor, no había forma de escapar de los rayos calcinantes del sol. Algunas personas trataban de cubrirse un poco con las manos, pero esto era inútil. Bajo los árboles era igual, no daban sombra. Winston caminaba por la calle principal, bañado en transpiración, sin posible escapatoria de ese infierno; pero no parecía importarle, como a todos los demás.

El bar El Nogal no era un lugar muy concurrido, pero con una clientela fiel que respetaba siempre, como una tradición, tomar un café a media mañana. El bar no tenía buena fama, pero sólo porque en épocas pasadas se llenaba de pensadores, artistas y bohemios, la mayoría podría llamarse “de izquierda” y muchos andaban en cosas que se considerarían clandestinas. Actualmente el bar estaba lleno de jugadores de ajedrez y personas solitarias, con tristes y descoloridos trajes grises. Winston entró al bar y se fue a sentar a una mesa que había en un rincón, que siempre estaba desocupada. Sobre la mesa lo esperaba una copia del diario del día y un tablero de ajedrez. Tomó el periódico y lo ojeó rápidamente; las mismas noticias que el noticiero de la mañana. El mozo del bar le llevó lo de siempre, un café con medialunas saladas. Cerró el diario y lo dobló a la mitad de forma tal que estuviese a la vista el problema de ajedrez, la parte de la contratapa. Winston leyó atentamente y comenzó a colocar las fichas en el tablero. Era un final ingenioso: “Juegan blancas y mate en dos jugadas”. Generalmente, por no decir siempre, ganaban las blancas. Era bastante extraño eso, pero generaba cierta seguridad, casi inconsciente; igual a Winston no le preocupaba en lo absoluto. Se detuvo a ver la jugada, a buscar la solución, pero nada se le ocurría, nada pasaba por su mente: estaba tan blanca como las piezas de ajedrez, tan blanca como la piel de Julia, que acababa de entrar al bar. Ella llevaba un vestido azul que siempre usaba acompañado por una cinta roja atada a su cintura. Miró hacia la mesa de Winston y sonrió.

-Hola amor- dijo mientras se acercaba a la mesa.

-Hola- respondió fríamente Winston.

-¿Estas con un problema de ajedrez?

-Si, el del diario de hoy. Es bastante ingenioso, pero no se me ocurre como solucionarlo.

-Si, igual que al Nogal entero- Julia miró hacia los costados, donde por lo menos una docena de mesas tenía a una persona pensativa con un café, medialunas, un diario y un ajedrez con las piezas en la misma posición- Parece que cada vez lo hacen más difícil.

-Puede ser- respondió él automáticamente, sin pensarlo.

-Estaba pensando que podrías aprovechar que te faltan unas tres horas para entrar al trabajo y pasar un rato conmigo, en mi casa…

-Ah…

-Si, podemos ir ya si querés…

-Ah... –Winston tomó el alfil blanco, lo llevó hasta el fondo del tablero, lo apoyó, lo sostuvo largamente, lo soltó aunque tenía el dedo índice sobre la punta, lo volvió a agarrar y lo puso en su casillero original, llevó su mano al mentón, con gesto pensativo. Julia comprobó que todo el bar había hecho lo mismo.

-Ni me escuchas, n i te interesa lo que te digo.

-Ah…

-¡Ni te interesa que te ame y que haya sacrificado todo para estar contigo! -Juana se paró de su silla- Yo abandone a mi novio, vos no has dejado a tu mujer. Yo dejé la beca en el extranjero para estar contigo y vos ya no me visitás más. Yo me peleé con mi familia por defender nuestro amor y a vos ni siquiera te interesa. ¿Acaso me amás tanto como yo te amo?

-Ah… ¿no podemos hablar después, Julia? Estoy con el problema y estoy cerca de resolverlo.

Julia quedó muda. Sus ojos empezaron a lagrimear. Se sentó nuevamente en la silla y apoyó su cabeza sobre la mesa. Parecía que iba a llorar tan desconsoladamente que los vidrios del local iban a saltar por los aires. Sollozó, pero el llanto crudo nunca llegó. De pronto algo cambió en Julia. Se paró y se fue, sin decir nada, como si nada hubiera pasado. El Nogal entero parecía no interesarle en lo más mínimo lo que había ocurrido hace un instante, todos seguían mirando su tablero de ajedrez. Ella, una mancha gris a la distancia, ya se estaba fundiendo con el paisaje, gris. Todas las personas vestían gris y Julia no era la excepción.

Winston salió del bar cuando faltaba un poco más de media hora para entrar a su trabajo. El lugar donde trabajaba estaba cerca, a unas pocas cuadras, ya casi saliendo del centro. Winston siempre llegaba temprano, aunque a él no le importaba, sólo era la costumbre, de él y de la mayoría de las personas. Llegar temprano e irse tarde, hacer horas extra, quedarse en su oficina hasta pasada la media noche. Todo era común, muy común el toda la gente, pero a Winston no le interesaba. Iba caminando por la calle, con el sol de medio día perforando su craneo, cocinando su cuero cabelludo que se dejaba ver por la pequeña pelada que crecía, día a día, en su cabeza. La transpiración empapaba la remera de Winston, debía de hacer cuarenta grados mínimo. Él levantó su cabeza, buscando una sombra, pero no había ninguna. Hacía unos meces que las cosas habían perdido su sombra. Desde ese momento el mundo comenzó a volverse gris. Las personas también sufrieron ese cambio, algunas antes y otras después. Todo se había vuelto monótono, ya nada importaba ni sorprendía, se había perdido muchas cosas: el amor y el odio, el bien y el mal, lo lindo y lo feo. Se había perdido los colores, las sombras, eso que nos brindaba el sol que cambiaba de un momento a otro, eso que es reflejo del accionar de una cosa sobre otra, de uno sobre otro, de la capacidad de ver al otro y entenderlo como otro, la empatía había muerto.

Si, todo era una mierda, pero a Winston no parecía importarle.

Libertad

-¿Sabes que rumorean los del pabellón 7?

-No tengo idea.

-Dicen que hoy se va un grupo, que hoy liberan a gente de este pabellón.

-¿En serio? ¿Estás seguro?

-Y... viene de Gustavo, así que lo tomo con cautela, pero tengo mucha esperanza.

-Pero la otra vez era mentira...

-Fue un error de inteligencia, algo común en un lugar como este. Además es muy probable que esta vez sea en serio. Estos días ha habido mucho movimiento; es como que todo está muy raro últimamente.

-Tienes razón. En las duchas escuché que en los demás pabellones están liberando a muchos. Los primeros pabellones están casi vacíos.

-Y es que esto no se puede sostener mucho más. No puedes tener a tanta gente encerrada durante tanto tiempo, sobre todo en estos días. ¿Sabes la cantidad de recursos que consumen estos lugares?

-Es gente que podría estar en otro lado, siendo más útil.

-Exacto.

-Pero bueno, esta gente parece ser un poco menos lógica que el resto.

-Igual ya tenemos datos de que están liberando, de eso no queda ninguna duda. ¿Te pusiste a pensar que es posible que nos liberen?

-¿A nosotros?

-Y si, ¿o no estamos en este pabellón?

-Pero entre tanta gente, ¿crees que la libertad va a elegirnos a nosotros dos?

-Está dentro de las posibilidades.

-Yo no tengo tantas esperanzas.

-Bueno, la esperanza es lo último que se pierde.

-Es lo único que nos sigue engañando hasta el final. No por nada estaba dentro de la Caja de Pandora, entre los males que azotan a la humanidad.

-Aunque la esperanza salvó a la humanidad de la muerte, la mantuvo viva

-¡Ja! Es bastante rara tu última frase en esta conversación.

-Puede parecerlo, pero no lo es. La esperanza ilumina todos los deseos del hombre, todo aquello que parece inalcanzable pero posible es bañado por la esperanza.

-Es una gran paradoja lo que acabas de decir, he ilustra de manera perfecta lo que es la esperanza. Por eso no me gusta.

-Por eso a mi sí me gusta. La esperanza nos mantiene vivos...

-De nuevo...

-¡Es que es así!

-Pero igual suena desubicado en este diálogo y en este lugar.

-Bueno, no nos vayamos del tema. ¿Si somos nosotros los liberados?

-Tendré que decir “gracias” cuando me saquen.

-En serio te estoy preguntando.

-Y mi respuesta fue en serio. ¿Qué quieres que haga? Además también puede ser que se lleven a uno de nosotros y no a los dos.

-Nunca había pensado en eso.

-Bueno, es hora que te lo pongas a pensar.

-No quiero que uno de los dos se quede acá. Vamos a ser libres los dos.

-Como dijiste vos recién: “es una posibilidad”

-No es ninguna posibilidad, Claudio; esa es la realidad.

-¡Si que tienes esperanzas!

-...es lo último que se pierde. Es lo que nos mantiene...

-No digas eso de nuevo. En todo caso digamos que la esperanza nos da fuerza para resistir todo lo que halla que resistir para llegar a un fin determinado.

-Bueno, digamos eso. De igual manera vamos a ser libres los dos.

-Está bien, te lo acepto. Pero sólo porque sos vos, Gonzalo. A otro le hubiera...

En todo el pabellón se hizo silencio de repente: había entrado un oficial con unos soldados. Caminaba por el pasillo, seleccionando a algunas personas. Algunas iban solas para afuera, otras se tiraban al suelo y le pedían piedad. Muchos lloraban, aunque sea en silencio. Los que se resistían un poco eran golpeados por los soldados y arrastrados hasta la salida.

Llegó hasta Claudio y Gonzalo. Se paró y los miró a los dos. Finalmente señaló a Gonzalo. Este miró a Claudio un segundo y le sonrió. No se movió hacia la salida, se quedó allí. El oficial lo señaló de nuevo, pero no se movió. Dos soldados fueron a llevarlo, pero Gonzalo se agarró a su cama y no lo podían soltar. Entonces el oficial se enojó, tomo el arma que traía y le disparó a la cabeza. Inmediatamente quedó inmóvil, sus pupilas se habían ido hacia atrás. La sangre salía a borbotones del agujero que tenía en la cabeza. Muchos se alteraron en el pabellón y comenzaron a gritar, pero todos se callaron cuando el oficial gritó y disparó al aire. Bajó la mirada y respiró profundo. Levantó la vista y señaló a Claudio, quien inmediatamente se dirigió a la salida, sin ofrecer resistencia, caminando lentamente. Antes de llegar a la puerta, Claudio giró su cabeza y miró el cuerpo inerte de Gonzalo. “Gracias” salió de sus labios.

Claudio pensaba. Hasta donde llegó Gonzalo para darle la libertad. Se nota que no soportaba la idea de que uno de los dos se quedara allí, encerrado para siempre... o aunque sea por otro día más. Hasta parecía que todo lo había planificado él. Nunca perdió las esperanzas... y las esperanzas no fueron en vano.

Llegaron a ese edificio que todo el mundo temía, aunque él no entendía por qué. Entraron. Claudio habló con uno de los hombres de allí. Entró y se puso donde le había indicado el hombre el lugar donde sería más rápido. Claudio pensaba. Las esperanzas eran esa fuerza vital que llevan a lograr lo que uno desea, sin importar que. Se nota que Gonzalo tenía esperanza; había logrado lo que quería, los dos serían libres. Si hasta parecía que todo lo había planificado...

El gas salió he inundó inmediatamente todo. Claudio cerró los ojos. Libertad.

Los Girasoles

En el museo ya casi no había nadie, excepto por dos personas. Una era un hombre, de unos treinta años, alto, buen mozo; la otra era una mujer, veintisiete años, rubia, muy bonita. Los dos se encontraban en las puntas opuestas del museo, haciendo el recorrido contrario, una de la otra. El hombre había comenzado por los cuadros del Renacimiento, mientras que la mujer había comenzado con pinturas surrealistas, unas de Dalí que le gustaban mucho. Ambos comenzaron su recorrido sin saber que, en el medio de este, se iban a topar; ambos caminaban hacia su destino sin siquiera imaginar lo trascendental de su encuentro, totalmente casual. El hombre no conocía a esta mujer, ni la mujer al hombre, pero eran muy similares el uno al otro: a los dos les gustaba dormir hasta tarde, a los dos les gustaba el te con tostadas, a los dos le gustaba desayunar en un bar, a los dos les gustaba los días lluviosos, a los dos les gustaba el olor a tierra mojada, a los dos les gustaba leer antes de acostarse, a los dos les gustaba el arte. La lista de gustos coincidentes se podría extender hasta el infinito, salvo por la diferencia sustancial de que uno era hombre y la otra mujer. Pero hasta esta diferencia se transformaría en algo que los uniría: ambos se sentía un poco triste por estar solos, sin ningún amor, ambos necesitaban a alguien que los amara. Esa noche se verían por primera vez, frente a una pintura de Vincent van Gogh, “Los girasoles”. Quizás que estuvieran los dos mirando la pintura al mismo momento, ella empezara a elogiar la obra, por más simple que parezcan unos girasoles, y el otro la escucharía. Él diría lo triste que parecen los girasoles de abajo, girasoles secos y solitarios. Se haría un silencio incómodo, entonces ella haría un comentario sólo para entendidos sobre van Gogh y ambos se reirían. Comenzarían a charlar. Él la invitaría a tomar un te al otro en un bar y esa sería su primera cita.

El hombre va por las pinturas impresionistas y la mujer ya ha comenzado a ver los cuadros postimpresionistas. Su encuentro esta próximo. Ya casi se pueden ver. Me imagino: esa cita que tuvieron en el café terminaría con la organización de otra cita. Él la invitaría a comer en un restorant de primera, ella aceptará, aunque luego tendrán problemas, una muy vergonzosa situación con el dinero, y tendrían que ir a un bar barato. Se sentarían en una mesa y comenzarían a charlar sobre arte, aunque rápidamente empezarían a contarse cosas más íntimas. Él pagaría la cuenta y, cuando se estén por ir, ella alzaría los ojos y se daría cuenta que han estado sentados al frente de una reproducción del cuadro de van Gogh que estaba observando cuando se conocieron, “Los girasoles”. Entonces el comentaría que ese bar se llama “Los girasoles” y ambos comenzarán a reírse. Sin querer sus manos te tocarían, y queriendo se unirían. Ella lo miraría a los ojos, el haría lo mismo. Ambos contendrían la respiración. El tiempo les parecería eterno y así querrían que fuese. Ella se acercaría lentamente a su boca, él también. Él cerraría los ojos, ella también. Sus labios se encontrarían y se fusionarían en un beso pasional. Se abrasarían, callados, durante mucho tiempo. ¿Qué jugarreta del destino hizo que se cruzarán? ¿Qué divino antojo los uniría en el camino? Estas preguntas pasarían por sus cabezas, pero no encontrarían respuesta, sólo verían la verdad, la realidad del ahora donde ellos están juntos. Ella se tomaría un taxi y él se iría caminando a su casa. Se pondría a pensar en lo feliz que estaba, gracias a los girasoles. Él antes había sido uno de los girasoles secos, tristes y solitarios; pero ahora ya no lo sería más: él estaba enamor…

Eh… no se como seguir… como explicar… “esto”… eh… bueno, parece ser que… eh… la mujer… se ha “ido” antes de que se vieran frente a “Los girasoles”. Sepan entender, queridos lectores, que es difícil escribir en vivo y en directo, mientras se dan los “hechos”… llamando “hechos” a las ideas que surgen de mi mente. Ya sé que he decepcionado a mucha gente, que prometí un cuento de amor, donde el destino unía a dos personas, pero parece ser que el destino no las unirá, por lo menos hoy. Les contaré: mientras dejaba volar mi imaginación hacia el final de la historia y les relataba ese pasaje romántico, parece ser que mi mente hizo un cambio inesperado en la historia, le hizo sonar el celular a la mujer. Ella lo atendió y se tuvo que ir corriendo, vaya a saber por qué. El hombre la alcanzó a ver mientras llegaba al cuadro de van Gogh, pero no le dio bola. Miró la obra un ratito y comentó en voz alta lo triste y solitario que se encontraba el girasol seco. Esperó pero nadie le contestó. Agachó cabeza y se fue, mientras empezaba a llorar. ¡La puta! Sólo a mi me pasa esto, ¡se me cambian las historias en las cabezas mientras las escribo! Todo esto es por hacerlo “complicado” al cuento. “Ellos se encuentran frente a “Los girasoles”, en un museo” Nunca nada más simple, ¿no? Pues claro, sólo a mí se me ocurre. Que se conocieran en una noche de sexo desenfrenado hubiera sido suficiente para cualquier otra persona.

In the Dark Side


-Sueño cosas, muy raras, que me dan ideas para mis negocios. Generalmente un sueño puede inspirarme más de dos empresas. Recuerdo una vez, varios años después de la muerte de mi madre. Muchas veces sueño que mi madre no está muerta, o que estaba muerta y ahora vive de nuevo, o que esta muerta pero nos viene a visitar. Bueno, esta vez soñé que era el segundo velatorio de ella; es decir que se había muerto de nuevo... o algo parecido. Estábamos en una sala, toda blanca, muy parecida a esas escenografías de televisión en la cual sólo hay un telón blanco, sin vértices ni aristas; salvo que esta vez había cierto resplandor azul en las paredes. Unas calas estaban sobre unos floreros blancos. La sala era enorme, no alta pero si muy larga, con una pequeña puerta... bueno, una puerta normal, pero era como muy chica para tamaña habitación. Así que estábamos allí esperando el cuerpo de mi madre. Me parece que estaba hablando con unos invitados, nadie en particular, cuando de repente corre un rumor entre las personas; estaba llegando el cuerpo. Entonces miramos hacia la puerta esta y entra por ella una persona vestida como de enfermero que lleva en una silla de ruedas el cuerpo de mi madre, igual a como estaba en su velatorio real. Atrás entra otra persona con otro cuerpo en silla de ruedas, que se supone que es de otra persona, aunque parecía mi mamá con varios meses de muerta: el color de su piel era gris, sus ojos estaban medios hundidos en sus órbitas, su pelo tenía como rastas y su boca estaba más abierta que la de una persona viva. Algo de color verde salía de su nariz, aunque no pude reconocer que era. Una imagen muy espantosa.
“Los cuerpos entran a la sala y la gente los mira con curiosidad. La imagen es morbosa, pero la gente parece disfrutar. Por mi parte siento un terrible asco, náuseas, y salgo corriendo de la sala. Entro en un pasillo que comienza a agrandarse y volverse de color marrón-dorado. Cuando me doy cuenta parece que estoy frente a un sagrario de estilo barroco-gótico, una mezcla bastante interesante. Hay unas personas al lado del altar, que está tapado con varios paños de una tela bordó, igual que varias partes del sagrario. Delante del altar hay un gran número de personas sentadas sobre el suelo, como espectadores de un acto que está a punto de comenzar. Y así estaba. Una de las personas que estaban junto al altar tira una cuerda y todas las telas bordó caen al mismo tiempo. Comienza a haber fuegos artificiales dentro del pasillo, la mayoría verde, quedando muy bien con ese color marrón-dorado. La gente sentada comienza a aplaudir como loca. Miro el sagrario; para mi asombro encuentro una serie de cadáveres y esqueletos en los lugares recién descubiertos. Unas monjas que estaban sentadas al lado mío parecen estar medias excitadas con la muestra. Una gime de manera muy erótica, mientras las otras gritan y aplauden, santificando el morboso acto que se da en el sagrario.
“No entendía nada, me acuerdo. Estaba como anonadado por la situación. El sagrario, el altar, los fuegos artificiales, la gente aplaudiendo, las monjas gimiendo y gritando, los muertos exhibidos. Era como una obra de arte, rara y de bastante mal gusto, pero arte al fin. Tuve una sensación similar a la que me había dado en el segundo velatorio de mi madre, el que pasó antes en el sueño, pero esta vez era diferente. Un poco de bronca sentí; creo que era porque “eso” que exhibían me daba asco, pero al mismo tiempo me llamaba la atención. Como dije, era como arte; y así parecía entenderlo cada vez más como tal. “Eso” despertaba mi morbo.
“No soporté más. Tomé un palo y comencé a destruir todo. La gente empezó a alterarse y comenzó a correr por el pasillo. Mis palazos alcanzaron a más de uno, dejándolos por el suelo. La sangre brota de sus cabezas, recuerdo que manchaban el altar. Seguí destruyendo el sagrario. Sentía como que estaba sacado, en estado berserker.
“Y estaba yo allí destruyendo todo, cuando el pasillo se inclina de un costado hacia otro. Este no es un pasillo, sino que es el interior de una nave; siempre lo fue, pero recién en ese momento me doy cuenta. Parece que, tanto pegar, algo rompí y la nave estaba fuera de control. Una voz, que yo calculo que era el capitán por el altavoz, nos avisa que estábamos por hacer un alunizaje de emergencia en el lado oscuro de la luna. No es algo muy peligroso, pero recomienda abandonar la nave a las personas que están del lado de la “ala” izquierda. La cuestión es que ese era el lado donde estaba, así que fui hacia la zona de las naves de evacuación, como el resto de la gente de ese lado de la nave. Pero existía un problema, había que pasar por una zona que estaba llena de zombis, que estaban allí sin razón aparente. Cuando llego al límite de la zona de zombis me encuentro con la mayoría de las personas que había visto antes; nadie se anima a pasar. De repente la nave se mueve de un costado a otro de nuevo. Parece que ya no queda tiempo para escapar; estamos muy cerca de la luna para usar las naves de evacuación. Me pongo a pensar rápidamente, tratando de resolver la situación. Ato cabos sueltos: el “segundo” velatorio de mi madre, la muestra de arte morbosa, la zona de zombis sin explicación. Parece que es todo demasiado ilógico, parece un sueño... en el momento que lo pienso miro a los demás pasajeros que se transforman en zombis y me atacan. Trato de pensar que es un sueño, que quiero salir de el y, gracias a eso, me despierto.
-¿Qué se le ocurrió con ese sueño?
-Bueno, con ese sueño comencé con la sala de velatorios y funerales artísticos. La verdad es que a la gente le gusta y se ha puesto muy de moda últimamente. Todos los famosos lo hacen, bueno, sus familiares cuando estos mueren. Es que no hay manera más linda de despedir a una persona que haciéndola arte, o partícipe en una obra de teatro.
-¿Y esa fue la única idea que se le ocurrió en ese sueño?
-Bueno, fue la única idea realizable. La otra era de armar un parque temático de zombis en la luna, pero todavía estamos lejos de vivir tanto en su cara visible como en su lado oscuro.
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miércoles, 15 de abril de 2009

Acidia

-Así que Mario se fue de vacaciones…

-Si, a Brasil. Se fue hace un par de días y vuelve en una semana.

-¿Lo extrañás?

-¡Todo el día! Pero no puedo hacer nada, no tengo forma de comunicarme con él.

-¡Qué bajón!

-Si, pero no tengo nada más que hacer que esperar.

-Yo no soportaría…

-Y no lo soporto, pero lo disimulo.

-¡Demasiado bien lo disimulás!

-¿Tengo otra opción?

-Y… sí existen…

-¡No tengo otra opción!

-Podés ir y caerle…

-No tengo plata…

-Vas de mochilera…

-¡Ja ja! Sabés que no soportaría ni un minuto…

-Y que no sobrevivirías un segundo…

-También.

-Tu otra opción es salir con nosotras…

-¡Ni lo digas! Nunca le sería infiel a Mario.

-Che, ¿y no te da celos que esté Mario solo en Brasil? Quizás conozca alguna garota.

-Mario nunca me engaño. Entendé Victoria que le tengo mucha confianza, como él a mi.

-Pero es difícil ser fiel a la distancia…

-¡Pero él me ama!

-¿Quién discute eso?

-¡Vos lo haces!

-No, yo digo que te puede cuernear a la distancia, desde Brasil, pero te puede seguir amando.

-…

-¿Estás ofendida?

-…

-Che, es una posibilidad…

-¡Que vos estás franeleandomela por la cara! ¿Creés que no pensé en eso? ¡El es muy lindo, muchas chicas le van a estar andando por atrás!

-Pero como vos dijiste él siempre te fue fiel.

-¡Pero puede fallar, es un ser humano!

-¡Recien decías que no!

-¿Y no será que me estoy engañando concientemente para no pensar eso? ¿O no te das cuenta, pelotuda?

-…

-Che…

-…

-… che, perdoname…

-…

-… es que lo extraño mucho, lo necesito, necesito su amor, necesito amor.

-…

-Es duro separarse durante tanto tiempo de él. Lo extraño enormidades y más lo celo. Me costó mucho estar con él para perderlo todo.

-Pero no es para tratarme así, Martina.

-Perdoname…

-Bueno.

-No, en serio… es que… que yo…

-Bueno, no llores…

-Es que… que yo soy… ¡tan mala con vos!

-No, no es eso. Sólo estás nerviosa y triste porque estas alejada de Mario.

-… si… puede ser…

-Vení acá, boluda.

-Gra… gracias…

-¿Por qué gracias?

-Porque siempre estás conmigo… en las buenas y… y en las malas.

-Y claro, si soy tu amiga.

-…

-Lo que vos extrañas es el amor de Mario.

-Si, extraño el amor, pero no de Mario; no, extraño el amor de otro ser humano.

-¿Cómo el de quien?

-Como… como el tuyo.

-Pero si yo te amo.

-Y yo a voz.

-¿Entonces?

-Es que yo te amo, pero como más que amiga…

-…

-Perdoname.

-No, está bien.

-No te quiero meter en esto…

-Es que yo si quiero… yo si quiero entrar. Yo te amo, Martina.

-…

-Si, como vos me amás a mí.

-…

-Yo te amo desde que te conocí.

-Yo también… pero nunca me di cuenta de que vos me amás como yo a vos.

-Es que tenés miedo de amarme libremente por el qué dirán. Ese miedo te frena para que no lo hagas, para que aceptes que nuestro amor es un error, para que te de pereza luchar por esto.

-Pero no quiero más esto, quiero poder amarte, gritarlo a los cuatro vientos.

-Entonces amame…

-…

-…

-¿Qué pensas?

-No se, es como que no entiendo el beso que nos dimos. Lo sentí falso, una mentira.

-Es que eso fue Victoria, una mentira. Porque mientras que vos me estabas consolando, mientras que me aferrabas a tu pecho, mientras que entregabas tu corazón de amiga para ayudar a mi alma, dejé volar mi imaginación y dejé salir de mis labios de juguete aquello que llevo desde siempre escondido en mi ser; entregué mi secreto más profundo a tu yo de mi mente, aquel que siempre diría que sí. Sí Victoria, yo te amo, pero este amor siempre estará guardado en mi, y estas serán las palabras que nunca te dije, las palabras que nunca te diré.

Superbia

Cuando Martín recibió la carta de invitación del casamiento de Juliana no pudo evitar sentir ganas de llorar, y eso que él siempre decía que llorar era cosa de mujeres. Si, eso era de mujeres y de putos, y él no era nada de eso, era bien macho; así que se deshizo de esos deseos tontos con una sacudida de cabeza, dejó la invitación sobre la mesa de la cocina y se tiró a una silla. Puso sus manos detrás de la cabeza, cruzadas; y comenzó a recordar.

En la primaria era el mejor del curso jugando al fútbol; más aún, era el mejor del colegio. Todos los recreos demostraba su talento natural con la pelota, al lado de sus compañeros que apenas podían tratar de acercarse, aunque esto siempre era imposible. Siempre se peleaban sus amigos para que él estuviera en su equipo, aunque eran pocas las veces que él no elegía. Y siempre ganaba, casi todos los goles eran suyos, pero a veces decidía ser arquero, para que el partido sea más parejo. Igual algún gol se hacía, además de atajar todos los tiros. El profesor de gimnasia había decidido que su curso no hiciera más fútbol y que se dedicaran a otros deportes, pero en todos brillaba, era simplemente el mejor.

Martín inclinó la silla hacia atrás. Una risa se escapó de sus labios. Eran tan lindos recuerdos los de la primaria. No había cumpleaños al que no fuera invitado, ni cumpleaños donde no descosiera la pelota. Era sólo esperar que el balón tocara sus pies, luego lo demás surgía como obra de magia. Una bicicleta, un sombrerito, una rabona, un caño, una chilena. “Oh” se escuchaba cada ves que Martín tocaba la pelota. Los chicos habían llegado al acuerdo de que el cumpleañero tenía el derecho de jugar con él, ya que era el homenajeado y seguro iban a ganar, y por goleada.

Muchos de los chicos, sobre todo los menos talentosos, se cansaron un poco de Martín, que en todo partido era el protagonista indiscutido, y no jugaron más en los recreos al fútbol, Así que hubo que rellenar el lugar de los “maricones”, como no se cansaba de llamarlos, con algunas chicas que querían jugar. Él siempre se opuso, pues este era un juego de hombres, no de “niñitas”, pero la situación los obligó. Así que comenzaron los partidos mixtos, que eran menos espectaculares que los otros, pero Martín se seguía luciendo, y hasta más que antes.

Una de las chicas que se unió a los partidos de los recreos fue Juliana, que siempre fue media pata dura para los deportes, aunque tenía mucha voluntad. Casi siempre trataba de marcar a Martín, pero la mayoría de las veces terminaba en el suelo, ya sea por un empujón o porque se enredaba con sus piernas. Ya en el suelo se largaba a llorar y tenían que sacarla del medio de la cancha, ya que no se levantaba. Desde afuera seguía el partido, alentando al equipo de Martín, aunque siempre era del contrario porque él no la dejaba jugar en el suyo. Martín nunca la entendió mucho a Juliana en la primaria, ni le interesó, ya que era mala en los deportes.

Los recuerdos de la secundaria de Martín también eran muy buenos. Su colegio ganó todos los torneos Intercolegiales de fútbol en los que él participó, además de ganar los Intercolegiales de basket y de softball. Pero no sólo los recuerdos deportivos eran buenos, además era el primer alumno del curso, y sin esfuerzo alguno. Todas sus notas no bajaban de ocho. En deportes siempre tuvo diez, pues eso era de “verdaderos hombres”. Su nota más baja en toda la secundaria fue un seis en plástica, “una cosa de putos y pendejas pelotudas”, y dos siete en teatro, “cosa de maricones extrovertidos”; La que era buena en esas cosas era Juliana. Martín verdaderamente sentía cierta admiración y asco por la forma que trabajaba Juliana en estas materias, tan inútiles. No entendía cómo no utilizar su talento en otra cosa más útil. Ella era muy mala en todas las materias en general, aunque estaba todo el día estudiando. Tantas horas de estudio sólo alcanzaban para aprobar con lo justo, o alguna en diciembre. A él nunca se le ocurrió ayudarle, pero Juliana siempre estaba dispuesta a brindarle una mano, aunque Martín nunca la aceptaba, no podía caer tan bajo. ¿Cómo el mejor alumno de la clase va a dejarse ayudar por una chica mediocre?

La iglesia era bastante chica, casi una capilla. Estaba toda sucia, llena de moños viejos y de telarañas. Un olor a rancio invadía el lugar. El templo apenas estaba adornado con unas flores medias secas. Los bancos estaban todos medios llenos, salvo los de atrás, que estaban completamente vacíos. Martín aprovechó y se sentó en el último. No supo bien por qué venía, nunca le había gustado la religión, ni le había encontrado sentido. Además el lugar era medio pelo, igual que el decorado y la ropa de los invitados. Él parecía brillar con su traje nuevo, que hasta opacaba al novio, con un traje viejo y gastado.

Juliana entró de repente a la pequeña iglesia. La llevaba su padre, totalmente desalineado y mugriento. Un segundo después de que entraron comenzó a sonar la marcha nupcial, de un CD medio rallado, que se trababa y saltaba cada dos por tres. Así avanzaron, hasta que en un momento el CD no anduvo más, pero Juliana siguió caminando. Llegó finalmente al altar y comenzó la ceremonia; Martín no le prestó mucha atención. Sus ojos divagaban entre el público, buscando un rostro conocido, pero ninguno de los chicos del colegio estaba allí. No era de extrañar, ya que Juliana nunca se llevó bien con la mayoría, a diferencia de Martín. Es que él lo tenía todo para ser popular: era buen deportista, le iba bien en el cole, era lindo. No era que Juliana no fuera linda, ya que tenía cierta belleza, que Martín nunca pudo explicar, su problema era su timidez. Ella siempre fue tímida, nunca se lució. Sólo tenía voluntad, pero para tratar de mostrarse sólo a Martín, otra de las cosas que él no le encontraba mucho sentido. ¿Cómo no mostrarse para los demás chicos? Martín vio el vestido de novia blanco de Juliana, y pensó que era el único que representaba algo de verdad. Seguro que Juliana había llegado virgen al matrimonio. Muy diferente a él, que “debutó” con trece años, con una chica de quince. Desde esa primera ves Martín comenzó a tener sexo con todas las compañeras de su curso, logrando hacerlo con todas ellas, menos con Juliana. Y no fue porque él no quiso, estaba dispuesto a poder demostrar su hombría con todas. Una vez Martín aceptó la ayuda de Juliana para hacer un trabajo de teatro, con la intención de tener sexo con ella. “Es algo muy especial que guardo para mi verdadero amor” le dijo, y nunca más volvió a ofrecerle ayuda. Todo el interés que sabía mostrar por él se perdió de repente. Nunca entendió Martín esto, una de las tantas cosas raras que nunca entendió de ella.

-Puede besar a la novia -dijo el sacerdote.

Juliana acercó lentamente los labios a su novio. Apenas se rozaron sus bocas y se ruborizó entera. Alejó la cara de su marido y lo miró a los ojos. Entre la ropa gastada y los adornos de segunda, entre la suciedad de la capilla y el olor a rancio, entre la pobreza y la sencillez, salio del rostro de Juliana, que estaba rojo y lleno de lágrimas, una mirada llena de amor, de puro amor, que llenó de luz su rostro y se contagió al resto de las cosas. Ya no había nada de malo en la ropa, ni en los adornos, ni en la iglesia, ni en nada. Todo era bello, perfecto.

Martín abrió los ojos. Entendió. No pudo evitar que se le escapara una lágrima…

martes, 14 de abril de 2009

Avaritia

-¿Le gusta este anillo, señor?

-Si, la verdad es que es muy lindo. Lo voy a comprar.

-Y, ¿le gustará a la afortunada?

Juan no respondió. Se quedó callado, quieto, un buen rato. El vendedor no sabía que hacer, le hablaba pero Juan no respondía. Estaba pensando justo en esa pregunta, terrible puntería la del comprador.

-¿Se encuentra bien, señor?

-Eh… si, sólo pensaba, eh… en la belleza de joya que estoy comprando.

-Le aseguro que es uno de los anillos más lindos que hemos vendido en esta casa. Es una maravilla, como el…

Juan no escuchó más al vendedor; no soportaba tanta mentira. Decir que es un anillo lindo es cierto, pero todo lo demás. Además era un anillo bastante sencillo, no gran cosa. Tenía buen precio y todo. Pero esas son cosas que siempre dicen los vendedores: puras patrañas para que quieras comprar algo. Buscan que sientas que esta bien, que es perfecto, que es el mejor, que eres el mejor…

El vendedor guardó el anillo en una pequeña cajita aterciopelada, de color azul muy oscuro. Juan pensó “Azul es su color preferido”, pero no se sintió ni más contento ni más esperanzado. Simplemente era una caja, no hacía diferencia. Lo importante estaba adentro.

-Acompáñeme, señor, hasta la caja, así le cobro.

Si, sólo eso les interesa: el dinero. Todos los compradores eran iguales, y van a serlo por siempre. Su único objetivo es que vos pagues, no importa que no sea lo mejor, ni el indicado, ni nada; mientras saques la billetera todo está bien. Mientras pagues sos el tipo más afortunado del mundo. Sino te echan a la calle, sin importar lo “indicado” que eras para determinado objeto, y viceversa. “Nunca te dejes engañar, todas las putas gimen por dinero”, le dijo su padre, cuando lo llevó por primera vez a un prostíbulo. La verdad que esa frase no sólo encajaba con las prostitutas, sino que era la correcta para hablar de cualquier comerciante. Si, eso eran todos, unas putas baratas, que te llenaban de basura el oído, que te querían hacer sentir el mejor hombre de todos, sólo por un poco de dinero. Juan no soportaba la mentira, por eso decidió que esa noche sería la última en que fuera al cabaret.

El cabaret era bastante chico para la cantidad de personas que iban. Era bastante común tener que compartir mesas con otros clientes, ya que estaban todas ocupadas. Algunas veces hasta había gente parada. Frente a las mesas había un escenario donde se presentaban varios números, la mayoría eran bailes de mujeres, aunque a muchos les gustaban los humoristas. El escenario era me medianas dimensiones, con cortinas rojo escarlata, combinando con el verde de las paredes. La barra se encontraba frente del escenario, pero no ofrecía tan buena vista como las mesas. Juan siempre iba a la barra, para charlar con Gerardo y no mezclarse con el resto del público.

-¡Buenas noches, Juan! Hace mucho que no venís por acá. ¿Qué te anda pasando?

-Sólo es que ando medio escaso de efectivo, Gerardo.

Gerardo era el encargado de la barra del cabaret. Era un tipo flaco y alto, con una melena prominente. Juan lo apreciaba mucho, aunque no entendía porque trabajaba allí. Gerardo es el tipo de personas que uno cree que sólo se encuentran en el cielo, nunca en un cabaret: bueno, honesto, sencillo, con sentido del humor, siempre dispuesto a escuchar los problemas de los demás. No había ni un cliente del cabaret que tuviera problemas con él.

-No es así. -dijo Gerardo - A vos te anda pasando otra cosa. Quizás quieras dejar de venir acá.

Hasta adivinaba los problemas de los clientes.

-Si, es eso. Pero es un poco más complejo.

-Cuando un hombre habla de complejidad, habla de mujeres. ¿Quién es?

-No importa.

Juan se quedó callado un rato. Gerardo lo miró a los ojos un poco. Suspirando dijo:

-No te da bola, ¿Verdad?

-Dame un poco de whisky.

Gerardo entendió que Juan no quería hablar del tema, aunque sea por ahora.

Comenzó un espectáculo de unas bailarinas exóticas, con complicados trajes que lentamente iban desapareciendo. El público sentado en las mesas enloqueció con el show, pero Juan no le prestó atención. La verdad es que hace mucho que no venía al cabaret, y no estaba muy feliz con estar allí. Todo era un circo, creado para sacar dinero. Unas mujeres y un poco de alcohol eran suficientes para dejar sin un mango a cualquiera. Muchos grandes caballeros caían bajo los encantos de las bailarinas y prostitutas, que aceptaban todo por dinero, por unas monedas hasta la dignidad perdían. Unos centavos y aceptaban salir. Unas monedas más y las llevaban a la cama. Todo mentira, sólo actuación, circo, por dinero. Juan odiaba eso: la mentira, la actuación, el dinero. Hasta llegó a pensar que todo era culpa de la plata. “Todas las putas gimen por dinero”. Sin dinero, ¿cómo pagarían los señores por el “amor” de una mujer? Eso era: el dinero. La plata corrompía hasta lo más puro, lo más sagrado: el corazón de una mujer.

-Está por bailar María

Así logró Gerardo sacar del letargo a Juan, quien rápidamente se dio vuelta al escenario y se acomodó en su silla. María era la única mujer del cabaret que le importaba. Según él, era la única rescatable de todas, bailarinas y putas. Alta, buenas tetas, buen culo, con piel blanca, colorada; físicamente perfecta. Pero además era alegre, muy tierna y cariñosa, hasta bastante honesta. Era a la única que Juan soportara que gimiera de mentira en la cama, por eso era la única con la que tenía sexo.

-Es hermosa, ¿verdad?

-La verdad es que es una mina de otro mundo. -respondió Gerardo.

María bailaba sola en el escenario, con una túnica semitransparente, que hizo enloquecer la platea. Era un baile raro, muchas figuras. Juan no entendía qué estaba haciendo ella en el escenario, entendía que era fantástico.

-Mirá como se mueve en el escenario.

-¡Cómo si hubiere nacido en uno!

El show terminó de repente, de manera sorprendente, cuando María rompió de un tirón la parte superior de la túnica, dejando sus pechos al aire. Los espectadores quedaron atónitos, durante unos segundos, sorprendidos por tanta belleza. Juan se paró y empezó a aplaudir. Lentamente, todas las personas comenzaron a imitar a Juan. Todo el cabaret aplaudía el baile de María. Unos clientes, medios borrachos, comenzaron a gritar y a silbar. María saludó al público y les dirigió hermosa sonrisa, y así se retiró del escenario.

-Es espectacular.

-Si, es una de las mejores bailarinas del lugar.

-Es la mejor.

Gerardo se rió muy fuerte.

-¡Che! ¿No estabas preocupado por una mujer hace un rato? ¡Ahora ya estás alabando a otra!

Juan se dio vuelta nuevamente, para quedar de frente a Gerardo.

-Mirá lo que compré.

Sacó la pequeña cajita con el anillo.

-¿Es un anillo de casamiento?

-De compromiso.

-¡No puede ser, te vas a casar! -Gerardo saltó la barra y abrazó a Juan -¡Tarado! ¿Por eso estabas faltando? ¡Estabas saliendo con una mina y no me dijiste nada!

-Bueno, ya… no es para tanto.

-¿Cómo? Y yo que me preocupaba… ¡Felicidades!

-No grites tanto que no quiero que se entere toda la gente. Aparte, no es nada seguro todavía.

Gerardo dejó de abrasar a Juan. Lo agarró de los hombros y lo miró a los ojos.

-¿Nada seguro? ¡Pero si compraste un anillo y todo!

-Todavía no le pregunté.

Gerardo soltó a Juan y se dirigió de nuevo hacia la parte posterior de la barra. Sirvió dos vasos de ron.

-Pero vos tenés muchas esperanzas, ¿verdad?

-Si, la esperanza es lo último que se pierde. -Juan tomó un vaso y dio un sorbo -Pero no es mucha. Objetivamente no creo que diga que si.

-¡Pero el amor no tiene objetividad, es sentimiento puro!

Gerardo tomó su vaso con ron y lo tomó de un solo sorbo. Inmediatamente se sirvió otro.

-Y, ¿por qué puede decir que no?

-No se. Solamente pienso que va a decir no.

Juan tomó lo que quedaba de su vaso. Gerardo le sirvió otro.

-Así que venís a despedirte del cabaret.

-Si, algo así.

-Me lo imaginaba. La verdad es que no entiendo como un tipo como vos venía a un antro como este. -“¡Qué casualidad!” pensó Juan- Vos sos un buen tipo, una persona con todas las letras, no como la chusma esta que llena la sala. No se que buscan las minas ahora en día. Yo, la verdad, te veía casado hacía bastante.

-Es que no es como era. Ahora las mujeres, bueno, todas las personas, buscan sólo…

-¡Hola Juan!

María acababa de llegar a la barra, con su maravillosa sonrisa. Juan se sobresaltó y tiró su vaso de ron, que se hizo añicos al caer al suelo. Gerardo fue a buscar la escoba.

-¡Qué boludo! -dijo mientras se alejaba.

Quedaron solos en la barra María y Juan. María acercó una silla y se sentó. Tomó la botella de ron y se sirvió un vaso.

-Hacía mucho que no venías por acá. Ya pensaba que te habías olvidado de mí. -María se rió muy bajito, y le dedico una sonrisita hermosa a Juan.

-Es que estaba muy ocupado. Unos negocios…

-¿Y ahora me cambias por negocios? El senador Sosa tiene más negocios que vos, y me dedica más tiempo.

-¡¿Cómo que te dedica mas tiempo?! -Juan se puso colorado de furia.

-¡Ja ja ja! Ce-lo-so. -María le puso el índice en la punta de la nariz. -Eso es lo que me encanta de vos.

Juan se encontró con los ojos celestes de María. Sintió vergüenza. ¿Por qué se ponía así? Quiso darse vuelta, pero María lo detuvo, agarrando sus manos.

-¿Qué es esto?

No alcanzó a darse cuenta que María preguntaba por la caja aterciopelada que ya ella se la había sacado de las manos.

-¡Un anillo! ¡Un anillo de casamiento!

-De compromiso. -corrigió Juan.

-¡Con razón me tenés abandonada! ¡Te vas a casar, que emoción!

María abrazó a Juan. Tan espontánea, tan auténtica. Eso no era por plata.

-Pero… ¿por qué viniste hoy, entonces?

-Bueno. No se muy bien…

María lo contemplo un momento. Sus ojos celestes se encontraron de nuevo con los de Juan. El retiró rápida la mirada.

-Te venís a despedir de mí. -la voz de María era triste.

Hubo un silencio bastante largo, sólo cortado por los aplausos del público, que miraba algún otro espectáculo. Juan miraba al piso, tratando de no encontrarse nuevamente con los ojos de María, sin saber bien que decir. María lo miraba, triste, realmente triste. Gerardo no apareció más, Juan pensó que se había dado cuenta de la situación y había decidido no volver. Se lamentaba por esto, Gerardo hubiera cortado con tan embarazosa situación.

-No necesariamente me vengo a despedir de vos, sino del cabaret.

María no dijo nada. Unas lágrimas caían por sus mejillas. Juan no dejaba de ver el suelo, pero pudo sentir ese llanto silencioso de María.

El silencio que había sido interrumpido por las últimas palabras de Juan volvió a reinar. Ninguno hablaba, ni un sonido hacían. María se secó las lágrimas, Juan miraba al suelo. Unas carcajadas llegaron desde el público. Aplausos. Más silencio. Juan ya creía que los sonidos habían tratado de escapar de la situación, cuando María le tomo una mano y colocó allí la cajita aterciopelada. Juan se animó a mirarla a la cara.

-Hasta azul es la caja, la debés querer mucho. -una sonrisa brotó nuevamente de sus labios. -¿Quién es la afortunada?

-No te puedo decir todavía.

María se encogió de hombros.

-No importa ahora, ya me contarás en su momento. Ya que es tu última noche aquí quiero tratarte como te merecés.

María lo tomó de las manos y lo llevó a su habitación.

Se alcanzó a cerrar la puerta antes de que María lo arrojara a la cama. Se tiró arriba de Juan y comenzó a desvestirse. Juan la miraba: esos ojos celestes, esos cabellos colorados, esa piel blanca, esos pechos grandes, esa cola perfecta, ese cuerpo precioso; era todo para él, sólo para él en ese momento. Con sus manos acaricio sus pechos. María lo miró a los ojos y le sonrió, verdaderamente le sonrió. Con sus suaves manos comenzó a desvestirlo a él. Primero el pantalón, unos besos entre medio, luego la camisa. Juan la agarró de la cintura y la acostó en la cama. Se puso arriba de ella y la penetró. Gimió. Juan la escucho. La verdad es que era muy buena en esto, una verdadera puta. “Nunca te dejes engañar, todas las putas gimen por dinero”. No, ella gemía por placer. Empezó a moverse lentamente. María gimió de nuevo. “Nunca te dejes engañar”. No, ella gemía de verdad, no era una actuación. Cada vez iba más rápido. Ella gemía más fuerte, realmente gemía. “Todas las putas gimen por dinero”. “¡Hay Juan!”. “Nunca de te dejes engañar”. Era en serio. “¡Ah, ah!”. “Todas gimen por dinero”. “¡Es hermoso, ah!”. “Todas”. Ella gozaba de verdad. “¡Oh, por Dios, Juan! ¡Ah!”. “Todas gimen”. “¡Ah!”. De verdad, no mentía. “Por dinero”. Ella no actuaba. “Dinero”. “¡Ah, Ah!”

Lo lindo de la habitación de María es que tenía un balcón que daba justo al río. Según Juan esa era una de las mejores vistas del mundo: un río, las estrellas, la luna, las montañas a lo lejos, las luces de la ciudad… un lugar de ensueño. Le encantaba mirar por la ventana de la pieza de María, pero esa noche no le producía nada. Estaba allí, pero no veía nada de todo aquello que tanto le gustaba. Seguro es por lo que María le dijo un momento antes, cuando estaba acostado en la cama con ella. Cuando Juan le estaba por decir quien era la chica a la que quería proponerle casamiento, María se le adelantó y habló antes que él. Le contó que esa era también su última noche en el cabaret. Que se iba de una vez de ese antro. Que el senador Sosa la había convencido que se fuera a vivir a una casa que él le pagaba. Que no le iba a faltar nada: ropa, comida, comodidades, plata… Si, por eso estaba así Juan, sin mirar las estrellas, ni la luna, ni las luces de la ciudad, ni las montañas.

-“Nunca te dejes engañar, todas las putas gimen por dinero” -dijo, mientras tiraba la cajita de aterciopelado azul al río.